lunes, 11 de abril de 2016

EN CASO DE HOMICIDIO USE LAS ESCALERAS


Un sábado de 1986 Gerardo, Pepe y yo estábamos atrincherados en los arbustos del recibidor principal. La primera en entrar fue la señora Atkins. Afuera el sol era insoportable por lo que llevaba un sombrero bastante ancho y unas gafas oscuras.

La reconocí por su cachorro, un pequeño french poodle, y porque la señora Atkins era la mujer más gorda de todo el edificio. Si buscas obesidad en el diccionario, seguro encontrarás una foto de ella. Las suelas de sus sandalias negras rechinaban con el suelo haciendo un ruido desagradable, como cuando el maestro Atkins, su esposo, rayaba la pizarra con un gis del tamaño de un chícharo.

A pesar de ser sábado, no había rastros del Sr. Atkins. El french ladró en dirección nuestra mientras se dirigían de la puerta principal hacia el primer ascensor, donde el conserje del edificio saludó a la Sra. Atkins cortésmente. Por fortuna pasamos desapercibidos para ambos.

Nosotros tres éramos los únicos niños del lugar. Al menos después de la desaparición de Agnes.

— ¡Oye! —Dijo Pepe— sosteniendo la cámara desechable que había tomado del bolso de su madre.
— Shhht —lo cortó Gerardo llevándose el dedo índice a la nariz—. Ya te lo dije. Esperamos que el conserje vaya al baño y que el recibidor esté vacío. Después entramos en el ascensor número uno y vamos al sexto piso. Pasamos por la toma de aire abierta que atraviesa el cubo del ascensor dos, —Gerardo tomó aire, tratando de encontrar valor— bajamos por la escalerilla y revisamos la toma de aire de los pisos cuatro y dos hasta toparnos con algo.

Y así lo hicimos. La idea de ellos era encontrar indicios de Agnes. Según las leyendas del edificio, Agnes había desaparecido dentro. Gerardo tenía la teoría de que se la había tragado el ascensor.

El piso seis era un piso entero sin terminar, lleno de montículos de arena y cemento. Había trozos de madera y baldes metálicos por doquier. No había luces y las ventanas estaban cubiertas de papel periódico. Pasamos por la toma de aire abierta y comenzamos a bajar por la escalerilla. Yo iba primero.

A la altura del quinto piso, comencé a sentir un olor pestilente. Como a embutido podrido. Al llegar a la entrada de la primera toma de aire, tropecé con algo y caí sobre la parte superior del ascensor número dos. El fondo superior se venció con mi peso y caí dentro. Antes de que pudiera ponerme de pie algo pesado cayó sobre mí. Intenté levantarme pero el peso era considerable.
—Pepe, Gerardo ¡quítense de encima demonios! —nadie respondió.

Logré empujar el cuerpo a un lado justo cuando sentí una sensación líquida recorrer mi cuello. Fue entonces que pude sentir el olor fétido nuevamente y una sensación viscosa surcando mi oreja derecha y llegando a la comisura de mis labios.

Escupí como loco, arrastrándome hacia una de las esquinas del elevador. Durante mi caída la lámpara había quedado apagada, por lo que una vez sintiendo la cámara de Pepe bajo mis piernas, la levanté, y apuntando directamente al cuerpo frente a mí hice varios disparos consecutivos.

Recuerdo a Agnes. ¿Qué cómo lucía? Imagine una calabaza de Halloween… después del 4 de Julio. Antes no podía imaginar lugar más estéril que un elevador. Ahora solo puedo pensar en los gusanos y las moscas… y ese maldito hedor a muerte.

Después de aquello todo es confuso. Recuerdo que la Sra. Atkins gritaba y pataleaba con sus rechonchos muslos. Yo ya estaba fuera, en el recibidor principal.

— ¡Esa maldita zorra! 14 años y ya con la traición tatuada por todo el cuerpo —gritaba— ¿Qué querían que hiciera? ¿Dejar que sedujera a mi marido así sin más?

Después me enteré que ella había golpeado a Agnes en la cabeza con un martillo, y aventado su cuerpo por el cubo del elevador dos desde el sexto piso. En cuanto a mí, claro que puedo subir a un ascensor. Tengo que subir al menos con alguien, y si hay escaleras ni siquiera es opción.

No sé cuánto tenga que hablar de esto Doc pero creo que pasar más de dos horas encerrado con un cadáver podrido a los 11 años me justifica con creces la pequeña paranoia, y si me disculpa tengo que volver a mi casa de dos plantas, y gran escalera, en los suburbios. Lejos de los edificios, los ascensores y las mujeres obesas.

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