lunes, 11 de abril de 2016

EL DEMONIO INTERIOR


Su reacción me tomó por sorpresa. Imaginé en el rostro de mi amigo un semblante de preocupación y angustia después de escuchar mi relato. Sin embargo, él me miró incisivamente a los ojos. Parecía más preocupado por controlar un impulso vil de soltarse a carcajadas, que de tomar en serio lo que acababa de decirle. Había terminado de contarle mi relato acerca de Celeste.

Me había topado con ella  por casualidad, o por azares del destino. Después de una de las visitas anuales que solía hacer a mi padre en el manicomio de Cantarranas. Allí estaba Celeste postrada en silla de ruedas, con un muñón por brazo, más demacrada y marchita de cómo la recordaba antaño. Su pelo se había tornado pajizo y las arrugas en su rostro, más propias de un terror prolongado que de la vejez, ahora parecían más marcadas que antes. Pude detectar en su mirada un pequeño brillo parecido a un resplandor. Como si hubiese reconocido en mi rostro, de entre todos aquellos semblantes torcidos por la demencia, algo familiar. Confiado en ello me acerqué a su lado. Ella, sin embargo, no dijo una sola palabra. Estaba decidido a marcharme cuando de pronto se abalanzó hacia mí, me sujetó fuertemente del brazo con su única mano, y habló sin detenerse a respirar siquiera.

No podía creer la historia que acababa de escuchar, así como tampoco su cambio brusco de estado. Parecía haber despertado de su estado catatónico de sobresalto. Como un nadador emergiendo de aguas pantanosas. Finalmente el trance no le duró mucho. Me soltó y se sumergió nuevamente en aquella profundidad lodosa y demencial. Era una historia a penas creíble, la que me había contado, pero algo me obligaba a adoptar cada palabra con una fe vehemente. Casi ciega.

Habían pasado más de 5 años y a pesar de ello Celeste recordaba cada detalle. Como el color verdoso y olor acre de los carteles de precaución colgados por toda la aldea. Dos ataques de la bestia del páramo habían logrado aterrar a todos en mayor medida por su brutalidad. En total tres hombres, dos mujeres y un niño habían sido víctimas de aquel Demonio antes de que tocase el turno a Celeste. Ella sería la única que lograría salir con vida de toda aquella marea de sangre. La habían encontrado moribunda en el páramo. Había perdido demasiada sangre. La bestia le había arrancado el brazo derecho por completo. En su mano izquierda, hecha jirones, aún sostenía un espejo con mango plateado lleno de florituras. Cuando por fin se recuperó del ataque ya nada pudieron hacer por ella, había quedado sin habla y parecía mirar fijamente hacia la espesura del bosque con ojos llenos de terror.

Poco tiempo después y tras varias víctimas más del Demonio, ella simplemente desapareció de la faz de la Tierra. Todos en la aldea pensaron que había caído víctima de la bestia después de todo. En cierta forma era la única explicación que necesitaron. Nada se dijo más de aquella pobre mujer. No obstante, la siguiente parte de su relato fue lo que sin duda me produjo mayor estupor.

Celeste me confió algo que, sin duda, ninguna otra persona había escuchado jamás. La noche de su desaparición ella se encontraba mirando fijamente hacia la falda boscosa que circundaba la aldea, cuando vio a un hombre que parecía herido.  Se arrastraba a gatas y parecía retorcerse de dolor. Ella casi instintivamente tomó el espejo de plata y corrió a auxiliar al desgraciado, a quien ella pensó víctima del Demonio. Antes de que pudiera acercarse más de diez pasos, notó algo en las manos de aquel hombre que la hizo paralizar de miedo. De sus dedos llenos de sangre sobresalían unas uñas gruesas y puntiagudas, parecidas a garras. Todo él temblaba como si estuviese sufriendo un ataque epiléptico. Fue entonces cuando Celeste vio al Demonio emerger de la entrañas de aquel hombre, abriéndose paso por la piel como si fuese todo él una máscara de carne. Celeste pudo doblegar a la bestia con su espejo de plata el tiempo suficiente para escapar. Después nada se volvió a saber de ella en la aldea.

Hasta ese momento nadie, ni siquiera el personal del manicomio, eran conscientes del misterio que guardaba aquella mujer menuda y derrotada por sus demonios del pasado. Me convertí en el nuevo guardián de su secreto y responsable de la suerte de aquella bestia envuelto en disfraz de hombre, que vagaba por el mundo infundiendo terror y muerte. Celeste murió pocos días después. Fui a dejarle flores a su tumba, y a jurarle que vengaría por ella y por todos los desafortunados que compartían la desgracia de haber conocido al Demonio del páramo.

—Desde entonces he pasado años buscándote a ti, mi viejo amigo. —Dije socarronamente, tratando de cambiar el rumbo de la partida—, tuve suerte que Celeste reconociera tu rostro antes de la transformación. Y más aún, que fuese capaz de confirmar tu mortal debilidad. Así que, aquí estamos ahora...

Paró de sonreír, me miró directamente a los ojos, y luego desvió su mirada hacia mi mano. Observó detenidamente el cañón de mi pistola calibre 22 cargada de balas de plata, y volvió a mirarme directamente a los ojos. La bruma del bosque nos rodeaba mientras el ocaso agonizaba en el firmamento sobre la copa de los árboles. Todo el cielo era un rojo sanguinolento lleno de ira. Como si Dios, harto de todo, se hubiese cortado las venas y decidido a enviar un último mensaje, hubiese llenado con su sangre el cielo.
Fue entonces que escuché emerger desde sus entrañas una risa burlona, que creció rápidamente hasta convertirse en una sonora carcajada, seguida de un brusco silencio y las últimas palabras que escucharía yo jamás:

—No fue la plata, sino el espejo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Estuvo muy bueno lastima es muy corto