lunes, 11 de abril de 2016

LA ROCA



El frío y reducido espacio dentro del Rover asemejaba a la prisión en la que James había pasado encerrado los últimos 14 años. Respiró profundamente mientras se recostaba en el asiento del piloto. A un lado, en el asiento contiguo, un pequeño aparato comenzaba a emitir un riff de guitarra. James imaginó que de tener una Budweiser en ese preciso instante, bien podría sentir que estaba montado en su vieja camioneta en alguna de las carreteras de Iowa. A través del parabrisas del Rover sobresalía una imagen que a James le pareció memorable, la Tierra flotaba en la oscuridad.

No pasó mucho tiempo antes de que el oficial en turno recuperara la conciencia e hiciera sonar las alarmas. Luces rojas comenzaron a destellar por toda la periferia del campamento. De los radios incrustados en los cascos de los oficiales, que salían del perímetro armados, comenzaron a emerger voces de alto rango: «¡Encuéntrenlo, maldita sea!», «Se ha llevado un Rover». Los prisioneros del sector comenzaron a golpear las paredes de sus celdas, apoyando el motín.

Mientras tanto, James trataba de recordar la primera vez que había visto la luna. Tenía tres años. Estaba en el patio trasero de su antigua casa. Su madre limpiaba los platos del asado mientras él y su padre yacían recostados en la hierba.

—James, algún día serás una estrella... —dijo su padre, o al menos era la parte que él recordaba. Aquella noche, de todas aquellas luces en el firmamento, sobresalía una luna blanquísima sobre el cielo de Iowa.

Aquel era también el último buen recuerdo que tenía del viejo. Había sido asesinado 15 años después. En los diarios locales circuló el encabezado “JOVEN PARRICIDA ES CONDENADO A CADENA PERPETUA”. Claro que para James la mala relación que se había gestado entre ellos con los años, hacía más creíble toda la ficción que había ideado la prensa y el departamento de policía.

Fue entonces cuando, estando en prisión, escuchó sobre La Roca por primera vez. Un proyecto que se había gestado con sujetos de “bajo perfil” como los llamó la policía. James fue uno de los primeros. Doscientos hombres fueron transportados más de trescientos mil kilómetros hacia la Luna.

—Tenemos en nuestras manos el futuro del sistema carcelario mundial y la manera de tratar a los descarriados del Señor. —Había declarado ante los medios el alcaide asignado al proyecto.
—Igual que jalar la palanca del retrete para desaparecer mágicamente la mierda. —Le reprochó alguien entre el público.

Encerraron a los reos en lo que ellos habían bautizado como las Cápsulas, ubicadas en el lado oscuro lunar. Contenedores de cuatro por cuatro metros, y una antecámara más pequeña, con paredes de cristal y divisiones entre celdas para impedir el contacto entre prisioneros. Largos tubos las recorrían transportando desechos y oxígeno. La comida era dada por los guardias mediante sobres que duraban meses. Y tenían permiso una vez al mes de ir, uno a la vez, al centro de mando para asearse.

Un día de abril, James pidió ese derecho. Un guardia le llevó el traje espacial que le daban a los reos, especiales para entorpecer la movilidad. Lo puso en la antecámara. las puertas exteriores se cerraron y la pequeña cabina se llenó de oxígeno. James se puso el traje y una vez fuera caminó frente al guardia, quien lo escoltaba pistola en mano. Entraron al centro de mando. Al momento que el guardia cerraba la entrada, James ya se había quitado el traje. Aguantando la respiración y el ardor en las venas golpeó el casco de su vigilante con un tubo. Lo empujó fuera y cerró la puerta de acceso. Casi apunto de desmayarse James se puso el traje nuevamente y esperó hasta recobrar las fuerzas. Entró al aparcamiento y tomó un Rover, dentro del cual se liberó totalmente del traje espacial.

Recorrió kilómetros para poder ver la Tierra. Después de contemplarla por largo rato, sacó la cinta de la reproductora portátil que había encontrado dentro del vehículo. Le dio vuelta y grabó un mensaje para su padre, imaginando que algún día ambos serían estrellas brillando en el firmamento y que aún sin atmósfera, su voz recorrería el espacio entre ellos para decirle cuánto lo extrañaba. Después volvió a poner la cinta como antes y reprodujo la canción que había estado escuchando. Finalmente, abrió la escotilla mientras contemplaba una hermosísima Tierra flotando en la oscuridad.

...Remember the time you drove all night
Just to meet me in the morning...


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