lunes, 11 de abril de 2016

CAPITULO 1: EL ÚLTIMO MENSAJE A MARTHA


En su sueño más recurrente, un águila negra le picoteaba el corazón mientras que con las garras llenas de sangre parecía requintear los retazos de intestino que le brotaban del vientre. Entre tanta agonía despertaba siempre sintiendo que el sueño era sin duda un agüero extravagante y grotesco de lo que estaba pronto a ocurrir.

El frío del invierno hizo escurrir una gota de sudor helado por su frente mientras trataba de aferrar sus dedos temblorosos a la culata de su 625 JM. El mismo viejo revólver que Martha le había regalado en su primer aniversario. Para él se convirtió de inmediato en una belleza. En aquel entonces él sabía muy poco de armas y nulo interés encontraba en cualquiera de sus representaciones, por muy elaboradas que fuesen. Pero el pacifismo interior de su corazón se vio desplazado por la magnificencia mecánica de su «Joan Mitchen», así la había nombrado en honor a su nana Joan.

Había pasado años preparándose para este momento y ahora sus nervios parecían a punto de traicionarlo. Latas y latas de Budweiser atravesadas por su diestra puntería, los interminables días de entrenamiento y las profundas meditaciones. Y todo para terminar temblando como una gelatina de mosaico hecha de leche aniñada y sin cuajar. « ¿Vas a mojar tus pañales pequeño?». Dentro de su cabeza escuchaba la voz dulce pero fuerte de Joan «Eres un hombrecito valiente, así que demuéstralo». Harry respiró profundamente el denso aire de las colinas y dejó de castañear. «Nunca olvides Harry. Perdona… pero jamás olvides».

Estiró y cerró los dedos de las manos para encontrar su punto de control, cerró los párpados por un segundo y al volver en sí, sintió en todo su cuerpo la necesidad de gritar, pero se mantuvo inmóvil. Algo en él había cambiado; él lo sabía, la sombra sonriente y burlona frente a él lo sabía, Joan Mitchen lo sabía… era cuestión de tiempo: «jamás lo olvides».

En el aire crujían las notas del silencio, danzando entre los cristales de hielo y neblina. Harry acercó su mano derecha cada vez más cerca de Joan, casi podía besar el gatillo y sentir la respiración de su vieja compañera metálica. Las pisadas en el hielo habían desaparecido y todo a su alrededor era de una blancura inmaculada. En los picos escarpados del Malaika apenas eran visibles los pinos que se erguían por toda la cordillera. Todo era tan blanco como una lechuza albina.

De pronto un siseo comenzó a subir lentamente desde la base de la nieve hacía arriba en el aire. Era un silbido agudo a tres tiempos completamente desacompasado que recordaba más a un aullido agonizante de lobo que a un silbido humano. Era la sombra frente a él riendo. Desconocía la identidad verdadera del ser que se hallaba ante él pero el rostro era simplemente inolvidable. Él era la oscuridad misma, el desconcierto con rostro, la pesadilla punzante, la peste que avanza lentamente carcomiendo todo a su paso: Mr. Águila Negra.

La sombra frente a él se erguía presuntuosa con una capa de misterio envolviendo su rostro alargado, del cual únicamente asomaba su puntiaguda nariz blanca. Harry finalmente logró colocar la palma de su mano en la correcta posición, su respiración ya había perdido el equilibrio. «Tranquilo» se dijo calladamente. Intentó recordar la canción de Martha en su cabeza. Cerró los ojos y se transportó a otra dimensión en un parpadeo.

Otra época en el tiempo, la cual se remontaba a uno 10 años hacía el pasado. Un baile de invierno, y una hermosa figura frente a él. No tenía a Joan aferrada a su pistolera. Ni siquiera tenía idea, entonces, de cómo usar un arma de fuego. Estaba tambaleándose ante la tonada de Jerry Butler, “Message to Martha”. Una sonrisa tímida asomaba en su rostro. Martha aún respiraba el mismo aire, sus manos palpitaban a un mismo pulso. Estaba viva, estaban juntos. Por última vez bailaban

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