lunes, 11 de abril de 2016

LA ISLA


Hoy en esta isla ha ocurrido un milagro. Se han sucedido en total tres eventos que me permiten estar escribiendo estas palabras, con la esperanza efímera de que algún día alguien pueda dar cuenta de mi experiencia en este infierno y desista ante todo, de hallarse dentro de sus posibilidades, de caer en circunstancias similares.


Mi nombre es Edmund Hobart, carezco de recuerdos relevantes que pueda compartir acerca de las razones que me hicieron llegar a este lugar, así como el tiempo exacto que llevo atrapado en esta isla. Mi cordura se encuentra menguando entre las resignadas olas que latigan este pedazo de roca en medio del mar y sin embargo espero, suplicante, que estos garabatos dentro de una botella arrojada al mar encuentren cabida de forma coherente, en la mente inhóspita de aquellos que desconocen el mal que se esconde aquí y puedan dar vuelta a tiempo a cualquier deseo de explorar estas tierras infernales.


Pido a aquel que pueda leer estas notas, creer ciegamente en mí cuando digo que la isla existe realmente, aunque todo lo demás que aquí os comparto pueda quedar en duda. La única forma que tengo de reconocerla y también la única forma que tendrán de saber si están cerca, es identificar en el pico más alto de la isla la forma indudable de una cabeza de mono. Hace unos días comencé a guardar esperanzas que me eran completamente ajenas desde el día que llegué.


El primer evento ocurrió una mañana, hace tres días. Me encontraba en la parte Este dentro de la cueva más grande en la parte alta del acantilado, cuando visualicé lo que parecía ser una embarcación en el horizonte lejano. Por las siguientes tres noches pude ver una luz tintinear de aquella figura inorgánica, que parecía inmóvil dentro de aquel mar gris y tempestuoso. Mis acciones por atraer la atención de cualquier alma a bordo fueron perdiendo terreno, mientras la locura y desesperación llenaban mi agotado cuerpo. Intenté todo cuanto pude pero fue inútil. Intenté convencerme de lo contrario pero incluso durante la primera noche estaba sumido en la más profunda desesperación. Fue en aquel momento, que sin reparar en ello hasta la mañana siguiente, encontré una botella medio enterrada en las arenas de la costa Este.  Desesperado por hallar algo que pudiera servirme de leña no le dí la mayor importancia a mi descubrimiento. Pero aquella mañana, sumido en las divagaciones acerca de la ignominia de mi destino, caí en la cuenta de que mis paranoias y alucinaciones pudieran no ser del todo una representación etérea de mi propia mente. Hasta antes de aquel día pensé sin duda alguna que los sonidos y luces provenientes de las profundidades de la espesa maleza de esta isla perdida, no eran más que frutos de mi delirante y cansada psique. Intento no pensar en ello justo ahora...


Dejen que les relate el segundo evento. No fue más que un pedazo de papel. Tan blanco e inmaculado. Una hoja blanca que contrastando con las rocas negras, yacía inerte en ese ambiente decadente y oscuro. Susurraba a mi oído una risa ahogada e irónica. Tenía que haber por lo menos alguien más en este mundo de pesadilla, alguien que se entretuviera ya sea por conservar la cordura, o bien por ahogar el demonio interior de la muerte, enviándome objetos que hicieran poco a poco una suerte de migas de pan. Una guía hasta mi destino final o un juego simple para mantener su mente ocupada. Pero veamos déjeme seguir con este flujo de ideas...


Mi "amigo" me ha mandado el último "regalo" esta mañana, el último evento, un juego completo de plumas y tinta en un pequeño empaque de madera acompañadas de un corcho de botella, en cuya superficie puede leerse (imploro que hasta para sus propios ojos) la frase 'onus probandi'. Esa frase despertó en mí un recuerdo delirante en el cual yo era transportado, esposado, detenido como prisionero dentro de un buque pesquero. No se cuanto llevo varado en este infierno. Pero es tiempo de ver al demonio que se esconde más allá del silencio. No he hablado desde entonces más que conmigo mismo. Ahora espero estas notas rompan el silencio que se esconde tras la isla del mono y dejen al diablo lejos de la superioridad que provoca el desconocimiento y la ignominia.


Hágase saber pues a todo aquel que irrumpa en este infierno que el demonio camina y ríe dentro de las hondonadas fúnebres, que envuelven la voz muda de este pedazo de roca alejada del cielo. Y que el primer paso para salvar al engaño es saber que el diablo existe.


Ed H.

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