lunes, 11 de abril de 2016

LA PRUEBA DE ANNA



Se sentó al borde izquierdo del desayunador, con los codos apoyados sobre la mesa y las manos sosteniendo una taza de café. La taza se la había regalado él, y en ella se podía leer en un rojo incandescente la frase “Novia #1”. Ella sabía que eso no era cierto. Según sus propias cuentas, basadas en los relatos de John, era más bien como la sexta o séptima. Eso sin contar a las mujeres ocasionales que un tipo bien parecido, como su esposo, pudiera conseguir por un par de flirteos de una noche.
Frente a ella había un sobre color rosa pálido. Anna hervía en deseos de abrir aquel sobre. No podía pensar más que en John y alguna de sus seis o más mujeres psicópatas dispuestas a arruinar su boda. El sobre podía no contener nada grave, pero el hecho de que estuviese dirigido a él y que tuviera rotulada la frase "felicidades John, un recuerdo de mi parte", con una letra a todas luces femenina y coqueta, no eran precisamente hechos que pusieran a Anna de buen humor. Inmediatamente al revisar el buzón aquella mañana de domingo, Anna pensó en abrir aquel sobre. Pero si John lo descubría, eso podría terminar muy mal.
Anna recordó la última pelea que habían tenido. Ni siquiera recordaba la causa, pero habían intercambiado insultos y John había amenazado con cancelarlo todo. Anna pensó que lo mejor era calmar las aguas, así que esa misma noche se puso su Baby Doll color cereza y cortó algunas rencillas con John desde raíz. El tema había quedado en el olvido por ambas partes.
Dejó la taza a un lado de la mesa, cogió el sobre y se lo quedó mirando un momento. Alzó el sobre y lo colocó entre su rostro, deslavado y sin maquillaje (raro en ella), y la luz brillante que se colaba por la ventana de la cocina. La translucidez del papel rosa no mostró nada. El sobre era grueso y no dejaba ver sus entrañas. Quiso tomar un cuchillo y destazar sus dudas de una vez por todas, pero él se daría cuenta. ¡Maldición! pensó, y volvió a dejar el sobre a un lado mientras retomaba con la otra su taza de café, ahora estaba fría y el café dentro de ella seguía intacto.
Se sintió ensimismada como aquella vez que, sentada en el mismo lugar, levantaba con la mano izquierda la prueba de embarazo que había conseguido por 200 pesos en la farmacia del centro comercial más alejado de la zona. Con la mano derecha sostenía la misma taza que John le había regalado. Esperaba algo que calmara sus nervios, una respuesta. Algo que le dijera “tranquila, todo saldrá bien”. Y lo consiguió: un par de franjas rosas, dispuestas a hacer un nudo en su garganta y la de John, y llevar su noviazgo al patíbulo o al altar.
Sintió náuseas, en ambas ocasiones. La vez pasada había sido un alivio como John tomó las cosas, aunque ya lo veía venir. Le propuso matrimonio en ese mismo instante, haciendo una argolla improvisada con el pedazo de alambre que quitó al empaque de pan blanco que estaba sobre el desayunador, mientras Anna apenas había terminado la frase “vamos a tener un bebé”.
La suerte de aquella vez le dio fuerzas, y de un movimiento destazó el sobre en mil pedazos. Los pedazos de papel rosa pálido volaban en círculos movidos por el viento. Nada. El sobre estaba vacío. ¡Increíble! Pensó Anna. Que ridícula se sentía ahora, sentada ahí, a un lado de su taza de café frío.

El sol se colaba por las rejillas blancas de los ventanales principales de la entrada, iluminando las persianas rojizas de terciopelo que colgaban del techo del salón. La línea de luz se extendía hasta los límites de la cocina donde Anna balanceaba los pies con sus diminutas pantuflas color rojo, sobre las entrañas rosadas del sobre destazado. El olor a café de la taza que tenía entre las manos alargadas y finas, se expandió por toda la cocina y subiendo los escalones hacia el segundo piso se incrustó en la única habitación abierta. El dormitorio principal estaba a oscuras, y entre aromas arábigos y canela, de las velas apagadas dispuestas para aquella noche, reluciente y provocativo, el baby doll rojo cereza de Anna se extendía a los pies de su futura cama matrimonial.
Su corazón se apaciguó poco a poco, mientras una sonrisa trémula e imperceptible se asomaba lentamente por la comisura de sus labios. Anna dio paso al sentimiento por excelencia que la caracterizaba. En un frenesí de ironía insana y cruel, se sintió rebosante al pensar en su vientre completamente vacío, al igual que aquel sobre rosa pálido. A diferencia de que hora tendría que poner a calentar más café para pensar en alguna solución mejor que...

“llenar - de - café - a - la - gorda - embarazada - de - la - vecina - para - hacerla - orinar - en - el - retrete - descompuesto - y - sumergir - una - prueba - de - embarazo”

...de la última vez.

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