lunes, 11 de abril de 2016

REDOBLE DE TAMBORES


Thomas Lully descubrió su amor por la música en el taller de instrumentos de su padre. Como un sonido sordo que toma impulso, las partituras se metieron en sus venas con el paso del tiempo. Pasaba horas practicando con los instrumentos que llegaban al taller con la finalidad de ser reparados. Fue así como llegó a tener en sus manos todos y cada uno de los instrumentos y piezas claves de la sinfónica de Chicago de 1901. Se pasó perfeccionando y puliendo su música con el pasar del tiempo, a expensas del mundo y de su propio padre.


A la muerte de éste, Thomas decidió cerrar el viejo taller. Así pues, al terminar el último encargo, un viejo violín, y esperando al dueño para su entrega, se pasó largo rato observando el objeto que su padre le había dejado subrayado en su testamento como el objeto más valioso: un viejo tambor. Aquel tambor lo hacía sentir vacío. Sentía que al igual que él, jamás tendría un lugar importante dentro de ninguna orquesta o pieza musical. Era un instrumento burdo y nefasto a los ojos de Thomas. Opacado por las resonancias cobrizas del metal con sonido a muerte; o de las cuerdas tensando el tiempo en pleno respiro. A él le parecía que las percusiones eran un elemento únicamente pasajero, intrascendente, que no aportaba alma a la pasión que era para él la música.


La dueña del violín entró al taller y Thomas descubrió, asaltado de forma abrupta de sus cavilaciones y también a través de la música misma, indirecta y furtivamente, el amor. Yanim y Thomas se volvieron uno. Ella con su cabellera rojiza llena de trazos y ondulaciones, apasionada y encendida. El con su pasión y su profundidad inmesurada. Crearon música y vivieron su amor con la misma efusividad. Fusionando sus sueños y esperanzas. Thomas se tomó el tiempo suficiente para crear su ópera prima: mezcla de violines, representando la emotividad de su amada. Y buscando realizar un homenaje póstumo a su padre, de redobles de tambor también.


Al finalizar su trabajo, Thomas se sentía aún más vacío que la vez en el taller. La idea del tambor como representación del vacío de su alma encerrado entre dos parches, no hacían más que repercutir en un eco de desesperación en su mente y en su corazón. Yanim, aún así, convenció a Thomas de presentar su música al mundo y buscar el reconocimiento merecido. Thomas no se sentía cómodo con todo aquello, pero accedió por ella. Al último instante, sin embargo, Thomas desapareció dejando atrás una sola nota escrita a mano:


“Mi amada Yanim. Mi amor por ti es eterno… pero al igual que un sonido moribundo de tambor dentro de una sinfonía: simplemente imposible. Lo lamento mucho.”


Yanim envuelta en lágrimas y desconsuelo, arrojó la carta a la hoguera y de un impulso aterrador se aventó desde el balcón del teatro que daba a la calle principal. La gente que pasaba debajo dejó oír gritos de exclamación y terror, los cuales fueron opacados por los estridentes redobles al interior del teatro. Alguien dio el aviso y los espectadores salieron para apreciar a la doncella rota, enmarcada por una marquesina roja como la sangre. Dentro del teatro únicamente se quedaron los músicos que ante una magistral pieza, no pudieron entender ni oír nada de lo que pasaba una vez que los tambores comenzaron a sonar.

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