lunes, 11 de abril de 2016

EL LÁPIZ MÁGICO


Al menos un centenar de cuadernillos fueron encontrados en la celda. Las luces parpadeantes le daban un aspecto de antigua bodega, sucia y húmeda.


—¡Magia! El milagro de los incrédulos —dijo el hombre de gabardina parado frente a la celda, mientras se disponía a prender un cigarrillo. Su acompañante, un novato del cuerpo policial, aguardaba en silencio al otro lado de la celda. Contemplaba al detective quien, con aire misterioso, se preparaba a dar un par de lecciones detectivescas.


—Déjame hacerte una pregunta —dijo, mientras sacudía el cerillo y lo tiraba al suelo—. ¿Cómo puede alguien escribir más de 7,000 páginas con un lápiz de madera... —hizo una pausa mientras le daba una profunda calada a su lucky strike—, en un solo día? Aún si escribieras con las dos manos te llevaría semanas. ¿No lo crees?


El novato, un hombre delgado y menudo pero con un semblante a todas luces analítico, lo observó por un momento. —Pues déjame responder a esta pregunta —prosiguió el detective, sin darle posibilidad de responder—. ¡A quién le importa! El tipo está muerto. Fue colgado por asesinato múltiple. Yo capturé al bastardo, casi le puse yo mismo la soga al cuello. Y ahora me tienen metido en esta ratonera. Todo a causa de un truco barato de magia.


El novato se acercó a la pila de libretas y comenzó a hojearlas. Todas las páginas empezaban con la misma fecha, el día antes de la ejecución de Jacobs. De acuerdo a los guardias en turno el sentenciado había pedido un cuaderno para anotar su última voluntad. Uno solamente.


El detective garabateó insultos en una libreta gris, la cerró de golpe y ladeando la cabeza hizo una seña hacia la salida. Para fines técnicos, presintió el novato, quien lo observaba desde el otro lado de la celda, eso significaba caso cerrado. A punto de salir, y de imprevisto, un guardia los detuvo en seco. El sudor le escurría desde la base de su gorro hasta la punta de la barbilla. —¿Arthur Rant? —dijo, dirigiéndose al Detective—. El director Maxwell me dijo que podía encontrarlo aquí. No lo va a creer, ¡Jacobs ha desaparecido!


Rant se tomó un par de segundos para analizar si se trataba de una broma de mal gusto. El guardia envuelto en sudor le explicó que el cuerpo del sentenciado, el mismo que había pasado sus últimas horas de vida en la celda en la que ahora se encontraban los tres hombres, había desaparecido de la morgue.


El novato volteó a ver la cara de Rant, pero en su cabeza todo comenzaba a dar vueltas. El detective palideció y comenzó a negar con la cabeza mientras desviaba la mirada. El guardia sudoroso reafirmó al no ver respuesta: —¡Ha resucitado!


El novato regresó nuevamente a revisar la pila de cuadernos. Rant permaneció en la entrada. Le gritó que tenían que ir a la morgue cuanto antes, pero el novato no hizo caso. De pronto detuvo sus movimientos y volteando a ver a Rant levantó, sobre su cabeza, un libro café muy viejo y desgastado cuyo título rezaba: “Magia blanca moderna: Magnetismo, hipnotismo, sugestión y espiritismo”. Rant observó incrédulo, en espera de una explicación más detectivesca.


—Aquí está Detective. La prueba. Jacobs tenía un lápiz de madera la noche antes de su ejecución, los guardias lo confirmaron. Nunca fue confiscado. —retomó aire, y barrió el suelo con los ojos que se movían como dos canicas—. Después no hay señas del lápiz. Tomando en cuenta que la longitud del mismo pudiese permitir a Jacobs ingresarlo en su garganta, únicamente tendría que cortarle la punta para usarlo como contención a la presión que la cuerda de ahorcamiento ejercería en su tráquea. Jacobs no está muerto, escapó y uso métodos de hipnosis para aparentar su muerte: controló sus pulsaciones y su temperatura corporal. Todo aprendido de este libro.


Rant enarcó la ceja. —Entonces, ¿el preso tuvo tiempo de escribir 146 cuadernos a puño y letra, con un lápiz de carbón lo suficientemente grande para que al final se permitiera usar la parte desgastada para planear su escape, al tiempo que se instruía en las artes del hipnotismo en un solo día?


El novato se quedó sin argüir nada, hasta para él eso era demasiado descabellado. El guardia, quien entre tanto se había limpiado el sudor de la frente con un pañuelo marrón, refirió —pudo haber tenido suficiente tiempo, si El Señor, en toda su misericordia, le hubiese dado el don de vivir más de lo permitido como se lo permitió a matusalén ó a moisés.


Rant se dejó caer sobre la reja de la celda agotado ante tanto sin sentido. —¡Milagros! la magia de los crédulos —dijo al fin.


Mientras tanto en un alejado café de minnesota W. Jacobs pedía una segunda taza de americano, lápiz en mano, dispuesto a seguir escribiendo.

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